Instrucciones de uso:
Por si no resultara obvio, la manera de abordar esta obra es, ir leyendo la historia, visitar cada canción con su letra, escucharla y volver a la narración.
Dedicado a Almitra
“La gran tragedia del hombre, no es la muerte, sino aquello que muere dentro de él mientras vive”.
Nouman Cousins
Me gusta la historia de Diógenes “El Cínico”, que algún día en que invadían Corinto, la ciudad en que vivía, y veía a todo mundo ir y venir apresurados en afán de resguardar las murallas, apagar fuegos o atender a los heridos; él empujaba arriba y abajo por una colina el barril de aceite en que vivía. Sucedió que alguien en medio del caos y alboroto se detuvo a preguntarle qué era lo que lo hacía. Su respuesta fue, que viendo a todos apurados y abrumados, le parecía impropio quedarse sin hacer nada.
Creo que hay ahora igualmente ahí afuera un mundo agitado, que trajina; ambicioso, contradictorio e indiferente, pero al que casi todo mundo aspira. Y mientras tanto, he estado y estoy aquí, llevando arriba y abajo mi corazón, una guitarra y las palabras. Y lo he hecho, para que si alguien se detiene a preguntarme, pueda yo decir o cantar que no soy un cínico. Y que hay otro mundo, y otras batallas que ganar.
Esta es la historia de la obra y las canciones que he escrito. Una historia de mi propia historia.
Tendría unos 10 u 11 años cuando un día en la escuela, recorté un pequeño rectángulo de papel blanco, lo atravesé en un lápiz como una vela y lo navegué como un barco sobre una hoja de papel. En ese momento se acercó mi profesor y me dijo que yo sería poeta. No sé qué pasaba por mi cabeza entonces, pero eso de ser poeta se trazó en mí. Ahora que lo pienso, tal vez yo no había reparado en esa metáfora que había construido materialmente. Aun así decidí creer en ese designio, quizá favorable.
Lo mismo puedo decir que ese barco zarpó aquel día o que alguien más me hizo creer barco y marinero.
Mi vida comenzó en Ítaca. Yo conocí muy pronto el paraíso; el lugar al que siempre querría retornar. Igual que Troya, mi extraña guerra empezó con un rapto, en el que no supe qué malvado rey se llevó la belleza y la alegría.
Cuando hablo de Ítaca, hablo de mi infancia; que es la historia de mi abuelo, su mundo, y todos los que lo habitaron conmigo… en aquel paraíso perdido.
Hace algún tiempo escribí que conmigo no moriría la historia de la primera muerte que fue mía; la suya. Y es la historia de la primera vez que mi abuela fue a mi casa después de haber muerto el abuelo. Y mi historia era algo como “La Última Cena de mi Infancia”. Recuerdo que esa noche se sirvió el pan, y yo ansié que me fuera arrebatado. No es que no tuviera hambre, pero el abuelo solía ser el primero en tomar el pan. Nos lo quitaba como un juego de niños, un hambre de la guerra, o de hospicio; qué sé yo.
Y bueno, esa noche. Ausente él, el pan se quedó sobre la mesa. Y escribí (me dije) que ese pan sería desde entonces, bocado inagotable de mi memoria.
De aquella muerte, y la “muerte” de mi infancia escribí: The Last Supper.
Nada sería de Ítaca sin Ulises; 10 años de guerra, y 10 de vuelta a casa. Kavafis escribió: “Lleva siempre a Ítaca en tu mente, llegar ahí es tu destino, más no apresures”. Ulises solía decirse a sí mismo, “ten paciencia corazón mío”. Y así como me creí lo del poeta, me creí Ulises. Y creí que volvería. Luego naturalmente, empecé a preguntarme a dónde era que yo debía volver. Y creo, que esa mera pregunta, y no la llegada, es el comienzo del retorno. Odysseus.
Para escapar del Cíclope, Odiseo se presenta a sí mismo con el nombre de “Nadie”. Así, cuando el Cíclope llama a otros Cíclopes pidiendo ayuda porque Odiseo le ha herido el ojo, los otros monstruos, al escuchar que “Nadie” le ha hecho daño, omiten asistir a su ayuda. Y así, decidí ser “Nadie”, pensando que era el camino más fácil de transitar. Pasado el tiempo, se aprende que no se es “Nadie” por humildad o virtud, lo es casi siempre por cobardía y vergüenza. Extrañamente, al mundo le parece muchas veces más conveniente que seamos eso. Y nosotros, le tomamos la palabra. Al menos, yo lo hice.
Esta es una canción de un hombre, o un barco varado como un árbol en un mar ausente. Un “Nadie”; en medio de la Nada.
Tomé la idea de algún poeta Sufi que dijo que Dios era un mar infinito. Y escribí, “…hay un mar sin orillas, un mar sepultado, esperando tus pasos para ataviarse de sol y de luna”.
Es una canción del anhelo de un mar infinito y profundo. Y sobretodo, el ansioso deseo de alguna criatura mística y redentora, que con sus huellas y su presencia, lo revele. Y no solo eso; sino que lo traiga de vuelta y lo permita. Y que con ello, me traiga de vuelta. A mí; de lo profundo, para que brille y encuentre otra vez un camino. Sophia.
Y de aquel árbol ignoto y despoblado escribí:
Parecidos a los hombres son los árboles. Por fuera se resguardan similares, y por dentro, alimentan su cara oculta. Por la que sublimándose, fluye la vida.
En su silencio, guardan en sí y para sí, la sangre de la tierra, los cantos de las aves que simulan no escuchar. Papiros y escribanos, escriben en sí y para sí, bibliotecas de la tierra. Memorias de sequías, fuegos y sangre.
Me hice carpintero para ir a mirar a los árboles tendidos. Con algo de forense, con algo de compasivo morbo. Me hice poeta para cargar vestigios, carne y hueso de los altos y fornidos aglutinadores de la tierra. Para cargar fragmentos de la tierra entera, como Atlas.
Y aún inmóvil y vencido, mis ojos y mis manos fueron mis sutiles raíces. Y vinieron a mí, disueltas en la tierra, arrastradas las palabras. La vida es una tinta que escribe en mis entrañas. The Tree
En una ocasión me llegó a la mente, una imagen de esos antiguos cartógrafos que navegaban cerca de la orilla trazando la geografía de sus costas. E imaginé una isla con unos pobladores que iban erigiendo sobre sus márgenes, entramados y escenografías. Donde había playas de arenas finas y aguas calmas; elevaban escenografías de escollos y tormentas. Donde había escollos y tormentas; mostraban arenas finas y aguas calmas. Y así, fidedigno y cándido, el dibujante trazaba mundos. En esta doble pantomima, ambas partes fingían; una su realidad, otra su percepción. Quizá así de remotos y ajenos puedan ser algunos mundos, que llegado el día, alguien mirando el trazo de esa fiel mentira, hablará a frente a un círculo reducido de personas, con tremenda solemnidad, y someramente de un mundo que nunca fue, y del que, ¿nunca hubo un testigo? The Lighthouse
No sé si fue por elección que aquella primera muerte fuera también mía. No sé si me di cuenta entonces, que en mi astucia, preñé al caballo y lo hice entrar. E hice de Ítaca mi Troya y mi sepulcro. Sé que de aquel pan, y aquella “Última Cena”, hice hambre y veneno cuando creí que nunca más habría algo tan bello como aquello. Y que nunca sería yo como entonces. Y fue esa resolución el pérfido caballo al que abrí las puertas. Si yo hubiera sido Casandra, habría dicho algo como, cuida que entre a tu interior la nostalgia como sensibilidad, la tristeza como estandarte, y la “inteligencia” como muralla. The Siege
Un día se me ocurrió pensar cómo habría sido que Jesús resucitara en una amnesia absoluta.
Me lo imaginé descubriéndose del sudario, sintiendo heridas punzantes. De vuelta a la vida, enclaustrado y herido. Lo imaginé reencontrándose con hombres que lo llamaban maestro, y que citando credos y doctrinas, deseaban ser maestros del maestro, profetas del profeta. Memorias… cruces. Una nueva vida reducida al pasado y a presagios.
Siendo hombres, hablaron también de sus heridas, y él dijo: “que hacer memoria de ellas, era hacer llagas, y que nunca escucharía las terribles voces de aquellas hondas bocas inflingidas”. “Parecida a la herrumbre del acero es la sangre que se seca en mis heridas. E igual que aquellas, se herrumbran las palabras”.
Y con este hombre verdaderamente renacido y nuevo, escribí el parecer y veredicto del pueblo y sus discípulos; “si no eres el hombre que has sido, no eres el hombre que debieras ser”. Y así, con esta condena lapidaria, quisieron volverlo a la cruz y al sepulcro.
Es difícil decir si aquello que perdí es quien yo era, o fue este el camino que tenía que andar. El mar en que debía navegar y varar. Y de quien era y soy, a quien siempre fui y dejé de ser. The Courage to Be.
Transité mares sumergidos, caras ocultas. Desiertos, tormentas, Cíclopes. Vi a esa turba lapidaria que necesita que sea lo que conoce y fuimos. Vi la gloria y el castigo. Conocí los paraísos y sobretodo, los páramos del mundo y propios; deseando nunca a volver, escribí: Ithaka (burn the boats).
De vez en cuando aparece una extraña especie de ave que andará por el desierto, y posará sus pies en el árbol seco e infructuoso, y cantará con amor y fe porque ha visto en él, algo que solo el pájaro puede ver. Yo, decidí cantarle de vuelta.
Y tanto cantará uno y el otro, que el árbol extenderá sus raíces profundo; y pasado un tiempo, florecerá sin retener o esconder una sola flor para que todos puedan ver su exuberancia y su promesa. Y será un trono, y sustento, y la semilla de un mundo que está por venir.
Hay un poema Sufi que dice; “yo era un tesoro escondido, y amé ser conocido”. Yo siempre supe, pero preferí dudar que dentro de mí había un tesoro. Porque pareció más fácil “morir” y enterrarme, que afrontar el desafío de poner por delante y a plena luz lo que en verdad soy. Por poco o mucho que sea, lo es todo para mí. Y la razón para estar aquí.
Así como dijo Heráclito que el río nunca es el mismo, y tampoco lo somos nosotros; creo que somos porque este río tuvo sed de nosotros. Y somos, porque anhela ser distinto tras nosotros.
Ese pájaro que se posó sobre un árbol casi inerte, que se escondía en algún páramo remoto, tiene cara y tiene nombre. Y de verdad quiso quedarse, y de verdad lo dejé ir. Lo ahuyenté. Lo único que queda ahora, es nunca más dejarme ir a mí. Porque nada ni nadie podrá darme lo que yo no pueda darme. Y porque esta es mi propia casa, mi propio triunfo.
La única muerte que fue mía, fue la mía, y la única vida que puedo retomar, es la propia. El único lugar al que puedo volver, es a mí.
Y vuelvo a pensar en aquella Isla y aquel cartógrafo. Este simulacro de conocernos y ser conocidos. “Conócete a ti mismo” es el culmen de la verdad del mundo, de nuestro mundo. Pero conocerse no es reconocerse, ni aceptarse; ni ser. La tarea de la vida no es solo el conocimiento, sino la aceptación y la acción.
Si alguna vez escribí, que conmigo no moriría la historia de aquella primera muerte, puedo decir ahora, que no lo ha hecho; la he contado. Hablé de su muerte, y la mía. La tarea de aquí en más no es ponderar y encumbrar la muerte, sino la vida. Que nunca nada más muera dentro de mí mientras vivo.
Por la valentía para intentarlo, y la compasión conmigo y todos los que fallamos. Por eso, he escrito y canto.
…bajo cortezas, detrás de escenografías, y con un pie en la arena salidos del sepulcro, otra vez, somos lo que fuimos antes de ser memoria.